Bajo el polvo de la Historia no solo se encuentran grandes personajes, sino que la inmensa mayoría son personas anónimas. Los archivos están llenos de ellas. De justicia es recordarlas, sacarlas a la luz.
Hace poco fue el Día de la mujer. Como era de esperar las redes sociales se hicieron eco de ello. Para quienes hemos estudiado Historia es un buen día ya que sin buscarlo llegan a nosotros noticias e informaciones interesantes sobre mujeres del pasado. Por ejemplo Hildegard von Bingen, o si lo preferís Santa Hildegarda de Bingen. El artículo que me pasó una amiga es un tanto efectista pero muy interesante desde el punto de vista de la Historia de la Sexualidad. En una de sus obras médicas Hildegard describe el orgasmo femenino con bastante acierto ¿pero no era una monja? Sí, pero eso no significa que no tuviera ninguna experiencia sexual antes de los 14 años. Antes de esa edad no vivió en un monasterio. Y no olvidemos que la Iglesia medieval, siguiendo las leyes romanas, permitía el matrimonio femenino a partir de los 12 años. O lo que es lo mismo, una chica con 12 años no era considerada legalmente inmadura física y psíquicamente para tener sexo. Pero por mucho que elucubremos sobre la vida de la santa, lo que sí sabemos es que conocía obras de medicina provenientes de la Antigüedad. Muy posiblemente su descripción del orgasmo femenino beba de esas fuentes. Siento fastidiar el mito y los titulares. Pero mejor que la pericia para describir con palabras un orgasmo, Hildegarda poseía conocimientos sobre emenagogos, unas sustancias para poner obstáculos a la fecundidad y que se encontrarían a medio camino entre los anticonceptivos de urgencia y los abortivos. Y no las conocía por ninguna obra anterior, sino por el mundo del que ella era parte y partícipe: la Alemania del siglo XII.
Pero mientras leía el articulo me di cuenta de algo de lo que no solemos hablar: la capacidad de trascender. Hoy conocemos a Hildegard gracias a que sus obras se conservaron y han llegado hasta nosotros. Pero si ha trascendido no fue gracias a su valía o solo a ella; cualquier archivero y bibliotecario sabe que la fortuna y la casualidad son más importantes que el valor de un autor o de una obra para que esta se conserve. Don Juan Manuel depositó sus obras en un monasterio para que se su memoria no se perdiera, y tuvo la mala fortuna de que este se incendió. Y el Cantar de Mio Cid es la única obra épica que conocemos en castellano probablemente por los accidentes que vivieron las bibliotecas medievales castellanas a lo largo del tiempo. Todos morimos. La memoria de la existencia de Hildegard se salvó, pero quien sabe cuántas mujeres y hombres excepcionales se ha tragado el silencio de la Historia antes que nos engulla a nosotros. Y sumida en estos pensamientos recordé a la mujer de Girralt.
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