Sexo Medieval

Ana E. Ortega Baún

¿La Iglesia alemana ignora la moral sexual católica?

El pasado jueves la prensa española empezó a informar de que la Iglesia Católica de Alemania estaba permitiendo el uso de la píldora del día después, pero sólo tras una violación. En un primer momento pensé que el titular de la notica estaba mal pero no. Algunos días el mundo se vuelve aún más extraño si cabe. Esta vez los obispos alemanes parecía que desconocían o que ignoraban la moral sexual católica, o eso me parecía, pero gracias a dios el sexo medieval siempre vuelve coherente estas aparentes locuras.

 
Aunque la noticia en sí levante cierta sorpresa, pues no estamos acostumbrados a que la Iglesia Católica se interponga directamente entre un óvulo y un espermatozoide, tampoco era de extrañar porque la situación en la que se permitía aplicar este medicamento era una violación. Pero esto, que a nosotros nos parece lógico y humanamente necesario, no tiene por qué serlo para la moral sexual de la Iglesia Católica. No obstante esto no es lo más sorprendente. Las declaraciones del por qué ahora sí se permite dispensar la píldora del día después en los hospitales católicos son, como mínimo, extrañas, pues a primera vista no concuerdan con la moral sexual católica.

 
La moral sexual católica siempre ha girado entorno a tres aspectos: el matrimonio, la reproducción y el placer. En la Edad Media el discurso oficial de la Iglesia desde el año 1200 era que los cristianos, si no querían pecar, sólo podían mantener relaciones sexuales dentro del matrimonio, estas debían estar orientadas a la reproducción y no podían recrearse en su vertiente placentera. El placer era un accidente de la relación sexual, pues la única finalidad de esta era el traer nuevos creyentes al mundo. Cierto es que la moral sexual dentro del matrimonio ha cambiado, pues hoy por hoy el elemento más importante del sexo marital es el amor, pero los pecados siguen siendo los mismos: sexo fuera del matrimonio, sexo sólo por placer, sexo estéril. Por todos estos motivos, tanto de forma individual como conjunta, la Iglesia está en contra de los métodos anticonceptivos de barrera (preservativos, diafragma…) y de los hormonales (píldoras, parches, anillos…), pues son acciones que proponen «como fin o como medio, hacer imposible la procreación» y por tanto alejan al sexo de su mayor finalidad. No obstante, si se quiere ejercer una paternidad responsable espaciando los embarazos, los católicos pueden recurrir a «la continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación y el recurso a los periodos infecundos» (Encíclica Humanae Vitae, 14 y 16). Por todo esto no es posible que las declaraciones de los obispos alemanes entren en la lógica de la moral sexual católica: aceptan el uso de la píldora del día siguiente tras una violación porque las últimas versiones de este medicamento lo hacen preservativo, y no abortivo. Es decir, que impiden el embarazo, no acaban con él provocando un aborto. Con estas declaraciones cualquier método anticonceptivo hormonal o de barrera podría ser admitido por la Iglesia, obviando por completo la Encíclica Humanae Vitae. Cierto es que la declaración no se sostiene, pero es que tal vez los periodistas no han dado la suficiente importancia a que se trata de una excepción a la regla, el uso de la píldora del día después en casos de violación, aceptando los obispos alemanes de lo moralmente reprobable la opción menos mala: impedir el embarazo en vez de interrumpirlo.

 
Las excepciones a la regla, el contemplar que ante una situación extrema la moral sexual se puede flexibilizar, no es algo nuevo en la Historia de la Iglesia y por eso no resultan raras. Jean Louis Flandrin en su magnífica obra «L’Eglise et le contrôle des naissances» nos da algunos ejemplos medievales. En el siglo XII Pedro el Chantre abogaba por permitir tomar pociones esterilizantes a las mujeres enfermas cuya salud podía peligrar con un nuevo embarazo. Este motivo se unía a uno ya clásico, la anticoncepción cuando los padres eran pobres, una idea que está ya en los penitenciales altomedievales y que recoge Enrique de Susa el Ostiense en el siglo XIII y Pedro de la Palu en el XIV. Pero el permitir tomar anticonceptivos no significa despenalizar, eliminar su pecaminosidad. Y es que lo que decían exactamente Pedro el Chantre, el Ostiense y Pedro de la Palu es, que si esas mujeres que tomaban fórmulas anticonceptivas alegaban ser pobres o tener problemas de salud, el castigo que se les debía imponer era menor que si las usasen porque no estaban casadas o eran prostitutas por ejemplo, pues alegaban motivos honestos que permitían disminuir el pecado de hacer estériles sus relaciones sexuales. Disminuir, no eliminar. Y es que nada se dice sobre las consecuencias que tendrá para el alma la mujer violada el uso de la píldora del día después. Las noticas sólo nos dicen que se va a permitir administrar el medicamento en los hospitales católicos, no de que su uso quede despenalizado moralmente aunque nos encontremos ante una situación límite. El pecado, aunque reducido, permanecía en la Edad Media y probablemente hoy permanecerá en la Alemania católica. Ahora las palabras de los obispos alemanes sí tienen lógica y ortodoxia.

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