Magia sexual en la Edad Media
Hace un par de semanas alguien dejó en mi buzón de casa un pequeño anuncio. En él un vidente ofrecía sus servicios, los cuales iban bastante más allá de la clásica lectura del futuro: ayuda a mejorar en los negocios y en el trabajo; recuperación de la pareja con inseparable atracción, incluso en los casos más difíciles; devolver el amor perdido o atraer a la persona querida con fuertes amarres; solución de diversos problemas familiares, judiciales o de impotencia sexual; y finalmente un clásico castellano ya perdido, la limpieza del mal de ojo. Bueno, lo ofrecido no es nada raro porque el amor, el sexo, la mala suerte y el dinero forman buena parte de nuestros quebraderos de cabeza. Pero lo que me llamó la atención fue que la mayor parte de los servicios propuestos tenían que ver con el amor y, por extensión en nuestra sociedad, con el sexo. Curiosamente, este anuncio lo hubiera podido dejar en mi buzón una hechicera de finales del XV y de la primera mitad del XVI, o incluso una cronológicamente más medieval, de finales del XII.
La magia amatoria y sexual en la Edad Media es un tema muy interesante y que, como hoy, nos muestra cuáles eran las preocupaciones de las personas que recurrieron a esta manera de solucionar sus problemas o de cumplir sus deseos. A nivel sexual y/o amoroso el por qué de sus aflicciones eran los mismos que los nuestros: pérdida de la pareja, no ser correspondidos, impotencia. Ahora bien, el motivo por el cual esto representaba un problema o no les permitía alcanzar la felicidad difiere del nuestro.
La mayoría de las hechiceras castellanas procesadas por tribunales de la inquisición en la primera mitad del XVI, atienden a muchas mujeres casadas cuyos maridos han desaparecido o se han ido a trabajar fuera. Las preguntas de estas mujeres giran en torno a si el cónyuge está vivo y si está viviendo con otra (mancebía). La primera cuestión la suelen formular no sólo mujeres abandonadas, sino también aquellas que al verse solas y con problemas para sustentarse, se han visto obligadas a buscarse otra pareja que las ayude económicamente. En este último caso la vuelta del marido desaparecido significaría ser denunciada ante las autoridades por adúltera, y ese es el peor delito que podía cometer una mujer. Si se sabe que el marido está vivo el problema es saber si este iniciado una nueva relación, motivo por el cual nunca volverá al hogar familiar y la mujer se verá abocada a la soledad y a la pobreza, viuda de un marido vivo. Para evitar este final, las hechiceras ofrecen lo que el vidente de mi barrio anuncia como «inseparable atracción» o «amarres fuertes»: hechizos para que los maridos no las olviden o no se vayan con otras. El otro remedio mágico es hacerlos volver a casa. Pero cualquiera con dinero puede recurrir a la magia, y no es raro que las hechiceras se vean obligadas a disolver los amarres mágicos creados por otras colegas para que esos hombres no abandonen a sus nuevas esposas o amantes. Y es que otra problemática al que se enfrentan las mujeres en la Edad Media es que sus maridos las engañen de manera habitual. Las hechiceras sirven en este caso para destruir estas relaciones extramaritales. También parece que entre estas solicitantes de hechizos hay prostitutas que desean fidelizar fuertemente a su clientela.
En los casos más extremos encontramos mujeres solteras cuyos amantes las han abandonado para casarse con otras. Hay ejemplos de esto mismo en los fueros extensos del siglo XII y en las Cantigas de Santa Maria del siglo XIII. Por lo general buscan que su amante vuelva a ellas mediante hechizos que le impidan mantener relaciones sexuales con su legítima esposa. De ahí que cuando un hombre es impotente en la Edad Media se cree que está hechizado. En otros casos la necesidad de amarrar al hombre es mas acuciante porque la mujer está embarazada o a tenido un hijo de él.
En estos procesos inquisitoriales también aparecen hombres, tanto hechiceros como clientes, pero su objetivo no suele ser la estabilidad marital (aunque alguno hay que pide hechizos para que su mujer no les abandone o para que la paz reine en su casa) sino el sexo por el sexo. Son hombres que proporcionan o desean mantener relaciones sexuales con mujeres sin que los maridos o familiares de ellas se enteren. Algunas mujeres también piden esto mismo a las hechiceras femeninas, remedios para engañar a sus maridos y que estos nunca lo sepan; en este caso lo que las mueve no es tanto el placer sexual sino la venganza por los maltratos que sufren.
La magia, como muchas otras creaciones humanas, sirve a la sociedad. Pero como apenas tenía éxito, tal y como denuncian algunos testigos de los procesos de hechicería que se sienten engañados, sólo han servido a los historiadores. Gracias a ella vemos la diferencia entre los problemas y temores del pasado y del presente: si hay algo a lo que todas esas mujeres (casadas o amantes) tenían miedo es a ser abandonadas, pero eso no significaba el desamor sino la pobreza y/o la deshonra, motivos que condenaban su presente y su futuro. El por qué de esos problemas, su origen, ya no existe en nuestra sociedad; su génesis ahora es otra. Y es que la magia, como muchas otras cosas tocadas por el sexo en la Edad Media, tiene mucho de cuestión de género y, por tanto, de honra. Por eso la relación que mantienen los hombres con este tipo de magia es diferente, pues sus objetivos no son generalmente poner término a un problema, sino acceder sexualmente a mujeres inalcanzables sin que se sepa que han destruido la honra de un marido o de un padre.
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