Sexo Medieval

Ana E. Ortega Baún

Mi ropa provoca ¿Quién tiene la culpa?

ropaA finales de diciembre de 2012 un cura italiano, el padre Corsi, nos hizo una recomendación  de personal shopper: cuidado con lo que os ponéis porque podéis ser violadas. En honor a la verdad he de decir que este no fue su mensaje exacto, hay más. El padre Corsi es ya un conocido por la prensa italiana e internacional por otros comentarios machistas en la misma linea. Para él, las mujeres tienen parte de la culpa en lo referente a la violencia de género, pues por ejemplo descuidan sus responsabilidades… y provocan sexualmente a los hombres. Corsi dice (cito por el artículo de El País, 27-12-2012) que los «vestidos diminutos y ceñidos provocan los instintos y llevan a la violencia o al abuso sexual: Hagamos un examen de conciencia: tal vez nos lo hayamos buscado». Este comentario es tan viejo como la sociedad patriarcal y se escucha con frecuencia. En esos casos yo siempre apelo a que todo el mundo tiene la capacidad de dominarse sexualmente. Pero como en este caso el que ha hecho el comentario es un religioso, lo mejor es citar el evangelio: si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo.

 
La relación entre ropa y sexualidad,  entre vestidos y lujuria es muy vieja para la Historia de la Sexualidad y se puede abordar desde diferentes puntos de vista. No obstante, ya que el protagonista de la noticia es un hombre de Iglesia, veamos qué era lo que decían sobre la provocación y las vestiduras sus compañeros de la Edad Media, hallá en la Castilla de la primera mitad del siglo XIV.

 

El descubrir cuellos, escotes y brazos, así como el manipular las vestiduras para mostrar más el cuerpo eran practicas denominadas «engaños del diablo». Incluso, se decía que eran formas de servirle ya que con ellas se hacía caer en el pecado a los demás cristianos, siendo señales que indicaban que se era lujuriosa… y lujurioso, pues los hombres, al contrario de lo que dice el padre Corsi, no se privaban de provocar con sus vestidos a las mujeres que querían seducir, y por ello también eran reprendidos por la Iglesia.

 
No obstante, lo que más llama la atención de estas condenas es que no sólo los que se visten «impúdicamente» pecan, sino también los modistos, zapateros y creadores de tocados cuando sus obras son creadas y vendidas no para cubrir el cuerpo,  sino para realzarlo y hacerlo más llamativo, más atractivo. Con su trabajo están comprometiendo su salvación eterna y la de sus clientes. Pero pecan no sólo quienes visten y fabrican, sino también quienes venden estas prendas o, incluso, las regalan. Todos son condenados por hacer surgir en los demás el deseo sexual o proporcionar las vías para ello.

 
Como se ha podido ver, las palabras del padre Corsi no son muy cristianas al olvidar que hombre y mujer pecan a partes iguales y, sobre todo, que todos nos podemos y debemos controlar; Jesucristo dijo en el sermón de la montaña que quien se vea tentado a cometer adulterio al mirar a una mujer que se saque el ojo y lo tire. Y es que el provocar y el vestir como actividad exclusivamente femenina, tal y como la plantea el padre Corsi, es algo que no es propio de la Iglesia, sino del mundo civil, donde el por qué se ve mal no tiene que ver con el pecado, sino con otros motivos que la Iglesia medieval ya repudiaba. Pero esa es otra historia.

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